Las bondades de la Creación han tenido, sin lugar a dudas, un trato preferencial con Misiones en relación con el reparto de las bellezas naturales: la dotó de ríos caudalosos y de numerosos arroyos, claros y pedregosos, entrecortados por incontables saltos y cascadas para superar la sinuosidad del terreno. También, decidió convertir la región en la expresión más acabada de toda la gama de verdes de su exuberante y variadísima vegetación, que es la característica más notable del Ivirá retá, el "país de los árboles", en lengua guaraní, y nombró guardianes de esa magnífica flora al sinnúmero de animales que habitan en este Ivá (paraíso).
Pero como si todos estos dones no fueran suficientes para estar enteramente agradecidos, Ñande Yara (Nuestro Dios), en un nuevo arrebato de genialidad, creó también las Cataratas del Iguazú, osea las cataratas del "Agua grande", la más impresionante caída de agua que hay sobre la Tierra. Está aquí, en la tierra colorada, en Misiones, la hermosa.
Su geografía, rara mezcla de milagro y generosidad mística, tiene un rasgo prominente: el suelo, de un intenso colorado que contrasta con el diáfano cielo celeste y los tonos verdes de las plantas para crear un verdadero caleidoscopio de visiones, siempre distintas desde cualquier lugar desde donde se las mire. Esta tierra es y será siempre fuente inagotable de leyendas, fábulas y mitos tan inverosímiles, a veces, como tan posiblemente ciertos en medio de un ambiente vegetal, en permanente y tal vez inexplicable mutación, con un fuerte poder de seducción para el cuerpo y el espíritu de sus ancestrales pobladores y de sus nuevos habitantes.
Tanta bella naturaleza prodigada en sus 29.801 kilómetros cuadrados de superficie es un convite para la vida apacible y para el descanso. El rumorear de los arroyos, el canto de los pájaros y el silencio de las hojas que envuelven al visitante se superponen en una especie de enamoramiento idílico al que siempre se querrá volver.
Tres grandes ríos, tan distintos e imponentes a la vez en su majestuosidad, contornean este espacio rodeándolo de aguas.
El río Paraná, el "Padre del mar", baja caudaloso e indómito en sus crecidas. Posee una notable riqueza ictícola, entre cuyas variedades sobresale el dorado, dueño del río.
El límite sudoriental torrentoso lo conforma el río Uruguay, que desciende torrentoso en sus curvas y recodos y entrega a su paso otro sorprendente espectáculo: los Saltos del Moconá. Y, por último, en la frontera norte, el río Iguazú, el "Agua grande", así bautizado por los guaraníes fascinados ante el caudal inmenso precipitándose en las cataratas del mismo nombre.
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